Fue una cosa de locos. Salió dispuesto a comprar un muñeco para quemar en Año Nuevo y se dio con la sorpresa de que el suyo era el menos vendido.

Le dolió el golpe. Fue durísimo. Y no aguantó: indignado, golpeado por su errada creencia de mayor fama, se dirigió a su oficina.

Según testigos, fue visto bastante afectado, con lágrimas en los ojos, lleno de ira y gritando esa frase que, en su voz, se escuchó dulce: “Ahora sí me largo”.
Llegó a su asiento de cuero fino (de chancho), prendió su lap top y escribió sin chistar la carta que todo el Perú esperó, y que llegó a nuestra redacción calientita: “No voy más en el cargo. Feliz Día de los Inocentes“.
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