Es necesario ser total y absolutamente claro de entrada: Defensor Sporting debió terminar clasificado e Independiente eliminado de la Copa NISSAN Sudamericana tras la brutal agresión que le rompió la cabeza a Martín Silva el martes por la noche. Por respeto, no puede ser que pase lo que pase, continúe con el show.
Por otro lado, la cuestión termina teniendo un grado de perversidad inadmisible.
Da la sensación de premiar a los violentos -de la hinchada, por un lado- y castigar a los hidalgos y caballerescos deportistas -los jugadores, por el otro-.
Y esto no tiene que ver ni con Mohamed, ni con el pibe Martínez y toda su alegría, ni con la fiereza de Tuzzio o el golazo de Fretes.
En absoluto.
Independiente, el equipo, jugó un partidazo. Lo dio vuelta. Lo ganó.
Pero hay que decir que todo lo consiguió después de que el partido se desnaturalizara por completo, producto del criminal piedrazo que recibió Silva en plena cabeza.
Debía ser suspensión del partido por brutal agresión, lo mismo para el Estadio Libertadores de América y pérdida de puntos del equipo local.
Los muchachos de Defensor pecaron de ingenuidad. ¿Quién le discutía a Silva el grado de su lesión si lo trasladaban al hospital más cercano para un lógico y mínimo control después de haber sido agredido? ¿Quién se atrevía a defender el criminal hecho de arrojar una piedra que, acaso con más puntería, le sacaba un ojo o podía, incluso, terminar con la vida del jugador?.
El sinsentido construye el mandato.
Y el mandato para Wilson Seneme, el árbitro brasileño, era continuar pese a quien le pese.
Él no suspendió, los jugadores de Defensor no se fueron de la cancha y luego ganaron los violentos.
E insisto: con esto no tienen que ver los jugadores del equipo de Independiente. Pero la señal es inequívoca: aún romper la cabeza de un adversario es insuficiente para detener el show.
Uno puede, producto de la impunidad existente, lastimar a un adversario y si éste no queda al borde de la muerte el partido no se detendrá.
Ojalá se tratara de una comedia.
Pero no.
Debieran recordar aquellos que tienen responsabilidades, que la Copa NISSAN Sudamericana es más que un entretenimiento, es más que un negocio, es más que una competencia deportiva.
Es también un mensaje de cómo queremos organizar a Latinoamérica.
De cómo queremos ser vistos.
De cómo pretendemos ser respetados.
Lo que pasó el martes en Avellaneda, flaco favor hace al fútbol.
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